Regresaba a casa después de un día de trabajo. Al abrir la puerta escuché el ruido de algo que se quebró. Fui a la cocina y encontré en el piso un frasco de mermelada de fresa, ex nuevo, estrellado. Al fondo de la cocina se encontraba una de mis hijas, en aquel entonces de unos siete años de edad.
- ¿Qué paso mijita?
- Se cayó papi.
- ¿En serio hija?, ¿el frasco se cayó solito?
Solamente mi miró con ojos de “Sí papito”.
– Fíjate chiquita que es el primer frasco de
mermelada suicida que he comprado en toda mi vida.
No le gustó mucho mi comentario, aunque parecía
que le daba un poco de risa, era más su enojo.
– ¿Será que el frasquito estaba en depresión
porque ya ni la mantequilla o el pan se le untan?, ¿estaba tan triste y cerca
de la orilla que pensó: ahora es cuando, adiós mundo cruel? La mezcla de risa y
enojo seguía en su rostro.
– De casualidad cuando este frasco kamikaze
decidió quitarse la vida, ¿no estabas tú cerquita?, ¿no serían testigos de este
suicidio tu mano, tu codo o alguna otra parte de tu cuerpo? Ante tanta presión
y sarcasmo de mi parte la pequeña no pudo más y gritó:
– ¡Bueno pues, fui yo. A mi se me cayó! Vaya,
ese aparente suicidio ahora se estaba convirtiendo en homicido. Tal vez pienses
que soy un exagerado al hacer tanto embrollo por un simple frasco de mermelada,
pero lo que me preocupaba no era eso; sino que mi hija, a tan temprana edad, ya
había aprendido a culpar a otros por sus malos resultados en algo. Lo peor de
todo era que yo mismo la había educado. Mi intención no era hacerla sentir mal,
sino ayudarle a tomar una actitud libre ante los problemas, es decir, tomar
responsabilidad e iniciativa para resolver los problemas en lugar de buscar a
quién culpar y no hacer algo al respecto.
Algo divertido fue que después de aceptar que a
ella se le había caído el frasco agregó con total frustación: ¿por qué no hacen
los frascos de plástico como el de la mostaza! Su idea no era mala, pero al
inicio la culpa era del frasco y después del fabricante. Para que pudiera
aprender le hice varias preguntas que le llevaran a tomar responsabilidad y a
encontrar soluciones. Al frasco ya no lo podíamos resucitar ni con respiración
de boca a tapa, pero a su actitud sí. – ¿Qué harías diferente la próxima vez
para que no te vuelva a pasar esto?
– Pues no me pondría crema en las manos antes de
tomar el frasco.
– Ah, ¿tenías crema en tus manos?
– Sí y creo que tampoco correría tan rápido.
– Vaya, tenías crema y venías corriendo. ¿Qué
piensas hacer cuando tengas en tus manos de nuevo un frasco de cristal para que
no se te caiga y se rompa?
– Ya no me pondré cremita ni correré cuando lo
tenga en mis manos.
¡Bravo! Cuando empezamos a tomar responsabilidad
y nos damos cuenta que algo tenemos que ver con lo que está pasando, o al menos
con la respuesta que demos ante ello, empezamos a resolver las situaciones. Y
esto lo podemos lograr haciéndonos las preguntas correctas. ¡Es tan fácil caer
en una actitud de víctimas y responsabilizar a otros de nuestros problemas! Te
invito a que cada vez que afrontes una adversidad o que tus hijos, pareja o
colegas enfrenten una dificultad les hagas las preguntas de la mermelada
suicida para que tomen una actitud responsable y de iniciativa ante su reto.
Tres simples preguntas:
1. ¿Cómo quieres responder ante lo que estás
viviendo?
2. ¿Qué puedes hacer ante este problema?
3. ¿Qué puedes hacer para que no te vuelva a
pasar?
Dejemos de culpar a los demás, a las
circunstancias, la naturaleza o a Dios mismo por las desavenencias que vivimos
y tomemos una actitud de respuesta, de acción, de iniciativa. Estas tres
sencillas preguntas pueden hacer la gran diferencia.
Te invito a compartir este texto a tus amigos y
a praticar y extender las preguntas de la mermelada suicida. Entre más personas
tomemos esta actitud ante los problemas, tendremos más soluciones en nuestras
vidas y por qué no… En el mundo.