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Mandil y portafolios

Rodrigo disfruta cocinar; Mauricio no, pero lo hace; así ayuda a Leticia porque ella, por su trabajo, no tiene tiempo para hacerlo. Magda tiene mejor ingreso que su esposo y lleva los gastos fuertes de la casa. Regina se siente culpable por el poco tiempo que dedica a su hija. Josefina está contenta porque su media naranja usa el detergente olor a limón para ayudarle a lavar los platos. Juan se siente mal porque su cónyuge cubre algunos gastos que él solía pagar.

Mi abuela jamás imaginó que esto sucediera, consideraba más viable que se cumplieran las profecías de Nostradamus que la posibilidad de que los roles matrimoniales cambiaran. Aunque todavía muchas parejas reproducen los patrones tradicionales del matrimonio, es un hecho que las responsabilidades se manejan de manera distinta a cómo lo hicieron las generaciones anteriores.

Estos cambios generan nuevos retos para la pareja: hombres que se desentienden de responsabilidades económicas; mujeres agotadas que no se atreven a reducir su ritmo de trabajo para sostener su nivel económico; féminas que menosprecian a su Romeo porque no despunta profesionalmente; Romeos frustrados ante Julietas ejecutivas que no pretenden menospreciarlos; parejas que dejan de serlo por considerar que la situación es dispareja. La raíz de problemas como los mencionados no es la distribución de responsabilidades o quién gana más, es algo de más fondo. Las siguientes ideas nos pueden ayudar a entenderlo y solucionarlo:

1. Hablar claramente al respecto. Un error es que los cónyuges no comentan abiertamente cómo se sienten respecto a la distribución de los gastos y tareas. Callan sus inconformidades y permiten que éstas vayan acumulándose como agua de deshielo sobre una presa hasta que es rebasada o revienta. Tal vez una de las partes se queja o respinga sobre el tema de vez en cuando, pero no se sientan a analizarlo, comentarlo y buscar soluciones; simplemente se trata el punto cuando llega a nivel de discusión. Desafortunadamente cuando la presa se ha desbordado no pensamos en planear y administrar, sino en culpar y huir de la inundación para evitar ahogarnos.

2. Confundir prioridades. El trabajo es el medio para hacernos de recursos; claro que deseamos experimentar satisfacción profesional; pero si tu jefe te dice que puedes realizarte en la oficina a diario pero sin sueldo, ¿regresarías o buscarías otro empleo en el cual realizarte? Trabajamos por dinero y lo queremos para cubrir necesidades y deseos personales y de seres queridos. Hacemos esto por una sola razón, anhelamos vivir bien, ser felices. Sin embargo lo olvidamos y tendemos a darle más importancia al trabajo que a lo que deseábamos obtener de él. Tal vez es momento de preguntarnos si el tiempo que dedicamos a las actividades laborales es de mayor valor que el beneficio económico que nos da. Podemos reducir horas de trabajo; negociar responsabilidades laborales antes que hacerlas desde casa; buscar otras alternativas de ingresos; disminuir gastos o simplemente planear nuestro tiempo libre para aprovecharlo mejor.

3. Alternar roles. La mayoría nos cansamos de tener las mismas actividades. En el hogar es igual. Una alternativa es intercambiar por temporadas las responsabilidades en las que sea posible hacerlo. Es importante repetirlo cada cierto tiempo para tener un respiro de actividades no gratas. También, si la economía lo permite, conviene invertir en herramientas o servicios de apoyo como adquirir una lavadora de vajillas; secadora de ropa; persona de limpieza un par de días a la semana; etc.

Finalmente, consideremos el verdadero fondo. La relación con nuestra pareja debe ser lo más importante. Más que el trabajo, el dinero e incluso los grandes proyectos. Decidimos casarnos porque estábamos convencidos que pasar nuestra vida con esa persona nos haría más felices que hacerlo solos o con alguien más. La rutina, el trabajo y la falta de conversación sincera y transparente, mata el cariño. Hablen de verdad, comenten sus preocupaciones, temores y deseos. A fin de cuentas, antes de ser pareja, eran amigos. Rescátenlo.

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